miércoles, 3 de mayo de 2017

El sepulcro

                                                     El sepulcro
Según dice la Biblia, “en el lugar donde fue crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual todavía no habían sepultado a nadie”. Hay de hecho en Jerusalén un huerto con una tumba, y dentro de ella dos cámaras. El umbral es tan pequeño que el visitante debe encorvarse para pasar a su interior. En la habitación más profunda yacen tres nichos. Sobre el del centro hay una cruz bizantina pintada en carmesí en la pared, con unas iniciales que rezan “Jesús Cristo, Alfa y Omega”. Cerca del sepulcro se encuentra un promontorio en cuya ladera se pueden adivinar los ojos y la boca de lo que se asemeja a una calavera. Son estos indicios suficientes para que una cantidad creciente de peregrinos protestantes consideren que este huerto es el lugar al que aquella cita del evangelio de Juan se refería, calvario y sepultura de aquel a quien en el cambio de era se conoció como Jesús de Nazaret.
La tumba del huerto se halla 600 metros al norte de la iglesia del Santo Sepulcro, que la tradición católica y ortodoxa defienden como calvario real. La nueva sepultura la encontró en 1867 un campesino que descubrió en su interior tierra y restos humanos. Por aquel entonces el imperio otomano había abierto Palestina a peregrinos extranjeros. Muchos protestantes habían llegado a Jerusalén para encontrarse con un Santo Sepulcro caótico, sucio y ruidoso, en permanente disputa y constante algarabía. No podía haber lugar más lejano a la sobriedad que buscaba su fe reformista. Fue proverbial para ellos el descubrimiento de aquella tumba fuera de los muros de la ciudad vieja. Los evangelios mencionan como lugar de la crucifixión el Gólgota, o “lugar de la calavera”. Según la tradición judía y romana, una crucifixión no pudo producirse intramuros, y, al fin y al cabo, el Santo Sepulcro se halla dentro de los muros de la ciudad.
El contraste entre el Santo Sepulcro y la recoleta Tumba del Huerto no puede ser mayor. “Solo reconocemos esta sepultura, la otra no la visitaremos”, decía recientemente en el recinto descubierto en el siglo XIX uno de los miembros de un grupo evangélico brasileño, con una actitud entre iluminada y desafiante. En 2012 visitaron este lugar 260.000 personas. Son en su mayoría protestantes que huyen del viejo sepulcro y el trasiego de turistas y monjes en constante procesión. Consagrada por la emperatriz Helena en el siglo IV, es una iglesia en permanente tensión, su control se lo dividen entre seis comuniones, la católica y varias ortodoxas, que chocan con frecuencia y no se han puesto de acuerdo ni sobre dónde mover una escalera que desde el siglo XIX reposa en la fachada sobre un portón.
“Nosotros no decimos que esta o aquella tumba sea la correcta, no proclamamos que este sea el único lugar verdadero donde murió y resucitó Jesús”, explica Stephen Bridge, subdirector de la Tumba del Huerto, que una asociación británica compró en 1894 por 2.000 libras de la época. “Sin embargo, este recinto cumple con varios requisitos históricos, sobre todo el de que el lugar de la crucifixión se hallara fuera de las murallas. La Biblia dice además que la tumba de José de Arimatea no estaba lejos de ese punto”.